Los sacerdotes del becerro de oro corren a pedir ayuda al brazo secular.
El Dios del mercado ha muerto. Generaciones de ciudadanos han confiado en
la mano invisible que regentaba la economía irreal. “El mercado se
autorregula a si mismo”, proclamaban sus adoradores.
Acabamos de despertar del sueño producido por el opio económico y ahora
descubrimos atónitos que no había nadie en el Olimpo de la economía
globalizada.
Nosotros, el pueblo, pagaremos los excesos de la curia de Wall Street.
Sufriremos el paro y las penurias provocadas por ellos. El Estado tendrá
que poner orden a nuestra costa y, mientras tanto, ¿quién reina en los
cielos de la bolsa?
Nosotros, el pueblo, laicos económicos, llevamos la peor parte. Como siempre.
domingo, 19 de octubre de 2008
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